En el foyer del Teatro de la Bastilla, de París, de Jean Tinguely.
Il mondo, de Jimmy Fontana, era una canción que me gustaba cantar, hace muchos años, en Nervi, junto a Génova, especialmente durante unas vacaciones después de la boda de mi amiga Bianca.
Me acompañaba con la guitarra un amigo de una amiga. Una guitarra de doce cuerdas. Cantábamos a dos voces. Y las olas del mar de Nervi hacían la tercera voz, en la oscuridad de la medianoche estival.
Las estrellas se confundían con las luces de las barcas de los pescadores.
El mundo gira, sí, aunque a veces parezca que se haya parado en el disparate.
El de la foto no es una bola redonda. Es un huevo, con una serpiente que se enrosca en el ser humano que parece estar por encima de todo.
Del bien y del mal.
Del bien y del mar.
El mundo gira, sí. Aunque a veces no lo parezca.
Aunque a veces la memoria nos haga presente lo que ya no lo es.
Lo que ya ni siquiera es.
El mundo...
Il mondo, de Jimmy Fontana, era una canción que me gustaba cantar, hace muchos años, en Nervi, junto a Génova, especialmente durante unas vacaciones después de la boda de mi amiga Bianca.
Me acompañaba con la guitarra un amigo de una amiga. Una guitarra de doce cuerdas. Cantábamos a dos voces. Y las olas del mar de Nervi hacían la tercera voz, en la oscuridad de la medianoche estival.
Las estrellas se confundían con las luces de las barcas de los pescadores.
El mundo gira, sí, aunque a veces parezca que se haya parado en el disparate.
El de la foto no es una bola redonda. Es un huevo, con una serpiente que se enrosca en el ser humano que parece estar por encima de todo.
Del bien y del mal.
Del bien y del mar.
El mundo gira, sí. Aunque a veces no lo parezca.
Aunque a veces la memoria nos haga presente lo que ya no lo es.
Lo que ya ni siquiera es.
El mundo...