Me gusta sentarme en una silla de tela blanca y mirar eso que se ve en la foto. Unos cuantos pinos, una colina, un suelo cubierto de hierba, de mirtilos, de musgos, de setas, de brezo, de tierras húmedas. De los myr, los páramos de Cumbres borrascosas, o de Jane Eyre.
Yo no sabía qué era el brezo hasta que leí a las hermanas Brontë. Entonces supe que era una planta que crecía en tierras permanentemente mojadas en países del norte.
Pero no lo vi hasta mucho más tarde. Cuando estuve en el lugar de la foto por segunda vez. La primera vez estaba todo cubierto por el manto blanco invernal. El brezo es de color rosa, y cubre el suelo como la luz crepuscular pinta parte del cielo allá a lo lejos.
Un cielo en el que la luna se asoma entre las nubes, al otro lado de los árboles.
Me gustan esos pinos de jardín japonés. Que no son de jardín japonés, sino de bosque montañoso en el norte de Europa.
Una noche clara en el norte, en el verano ártico, cuando el sol apenas se esconde un rato.
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