El próximo viernes daré el PREGÓN DE LA FERIA DEL LIBRO ARAGONÉS EN MONZÓN.
No va a ser mi primera experiencia como pregonera. En mayo tuve el honor de estrenarme en este menester en la FERIA DEL LIBRO DE ZARAGOZA.
Les dejo aquí un fragmento de mi intervención de aquel día.
El discurso de Monzón va a ser diferente. Ya lo verán, y leerán si quieren, en su momento.
Leí y disfruté del olor del papel y de la tinta. Con los libros y con mis visitas con mi madre a la imprenta en la que había trabajado hasta que se casó. En Octavio y Félez. Nada había más atractivo para mí que visitar la imprenta algunas tardes a la salida del colegio. Oír el ruido de las linotipias y de otras máquinas que ya no suenan en ningún lugar, pero que yo llevo grabado en algún rincón de mi cerebro desde mis años infantiles. Allí amé el sonido que creaba los libros, su olor, su tacto, los colores. Las máquinas y la tinta negras, el papel blanco. El ritmo de las máquinas de las que salían los libros formaba una música muy especial. Un Sigfrido con papel y tinta en lugar de espada. Las libretitas que me regalaban en Octavio y Félez, o las viejas entradas de colores de los viejos cines, o las cuartillas que cortaban para mí para que pudiera escribir y dibujar. Sin saberlo, allí, en aquel lugar mágico que hoy se ha convertido en un garaje, se fue creando parte de la persona que ahora les lee aquí un pregón para inaugurar una Feria de Libros en medio de tantas autoridades, junto a la Lonja, donde ahora hay una hermosa exposición, y que cuando yo era niña, solo era la sede del BAILES de señoritas de la alta sociedad de las Fiestas del Pilar. En aquellos años, en los que había vestidos de seda en esta plaza, pero no libros, como este año.