Tal vez sea mi libro más personal. Ese en el que una pone muchos años de trabajo, muchos recuerdos, mucha ficción.
Ese libro que una escribe para que las palabras que un día oyó, no desaparezcan con los olvidos.
Para que permanezcan vivas en la memoria las personas que ya se fueron. Algunas personas que fueron parte importante de mi vida. Esas sin las que yo no existiría. Personas a las que no conocí, porque el tiempo no nos deja conocer a todos aquellos de los que somos parte.
Las palabras hacen magia con nosotros. Y nosotros con ella. Así les digo siempre a mis jóvenes lectoras en las charlas que me llevan a tantos colegios e institutos cada día.
Estoy convencida de que los libros no tienen edad. Pero este tiene tiempo. Empecé a escribirlo hace años. No recuerdo cuántos, pero sí recuerdo cuándo escribí las primeras líneas, que ya no son las que leerán quienes se adentren en él. Mientras unas palabras esperaban a otras, he escrito varias novelas más, tal vez cinco o seis. O siente. Siempre muy personales, porque no sé escribir de otra manera. Ni quiero.
Sí, este libro tiene tiempo. El que hace falta para sacar historias con las que viví, con las que soñé haber vivido. Con las que me gustaría vivir todavía pero que ya se marcharon al hogar en el que no existe ya el tiempo, que se queda con los vivos y con las palabras. Decía Machado que la poesía es "palabra en el tiempo".
El tiempo lo reduce todo a la nada, a no ser que la nada sea rescatada por las palabras.
Tal vez de eso trate este libro.
Mi abuela guardaba en su armario muchas cosas. Algunas me las enseñó, otras no.
De vez en cuando, en su armario todavía aparecen objetos que me cuentan historias. Muchas postales coloreadas que me hablan con palabras que escribieron desconocidos para desconocidos.
A veces, las novelas sirven también para eso: para conocer a los desconocidos. Y para desconocer a los conocidos.
Postales coloreadas se va a publicar dentro de unos días, en editorial CONTRASEÑA, y la cubierta es de Alberto Gamón. Dos regalos tan maravillosos como el fondo de armario de mi abuela Mercedes.
Ese libro que una escribe para que las palabras que un día oyó, no desaparezcan con los olvidos.
Para que permanezcan vivas en la memoria las personas que ya se fueron. Algunas personas que fueron parte importante de mi vida. Esas sin las que yo no existiría. Personas a las que no conocí, porque el tiempo no nos deja conocer a todos aquellos de los que somos parte.
Las palabras hacen magia con nosotros. Y nosotros con ella. Así les digo siempre a mis jóvenes lectoras en las charlas que me llevan a tantos colegios e institutos cada día.
Estoy convencida de que los libros no tienen edad. Pero este tiene tiempo. Empecé a escribirlo hace años. No recuerdo cuántos, pero sí recuerdo cuándo escribí las primeras líneas, que ya no son las que leerán quienes se adentren en él. Mientras unas palabras esperaban a otras, he escrito varias novelas más, tal vez cinco o seis. O siente. Siempre muy personales, porque no sé escribir de otra manera. Ni quiero.
Sí, este libro tiene tiempo. El que hace falta para sacar historias con las que viví, con las que soñé haber vivido. Con las que me gustaría vivir todavía pero que ya se marcharon al hogar en el que no existe ya el tiempo, que se queda con los vivos y con las palabras. Decía Machado que la poesía es "palabra en el tiempo".
El tiempo lo reduce todo a la nada, a no ser que la nada sea rescatada por las palabras.
Tal vez de eso trate este libro.
Mi abuela guardaba en su armario muchas cosas. Algunas me las enseñó, otras no.
De vez en cuando, en su armario todavía aparecen objetos que me cuentan historias. Muchas postales coloreadas que me hablan con palabras que escribieron desconocidos para desconocidos.
A veces, las novelas sirven también para eso: para conocer a los desconocidos. Y para desconocer a los conocidos.
Postales coloreadas se va a publicar dentro de unos días, en editorial CONTRASEÑA, y la cubierta es de Alberto Gamón. Dos regalos tan maravillosos como el fondo de armario de mi abuela Mercedes.