El 31 y el 33 eran los autobuses que tenía que coger cuando trabajaba en el instituto.
Tardaba casi media hora en llegar, así que entraba, saludaba al conductor, me sentaba, de espaldas casi siempre, sacaba mi aparato multiusos, me colocaba los cascos y escuchaba música.
Casi siempre a Juan Diego Flórez, cantando "A te, o cara", de I PURITANI, de Bellini.
http://www.youtube.com/watch?v=7OfGhIbyEa4
Al principio, leía poesía en el autobús, hasta que mis ojos empezaron a no ver bien de cerca, por culpa del mismo aparato multiusos y de mí misma por utilizarlo demasiado.
Poesía y música eran una buena compañía para empezar el día después de un buen desayuno. Así llegaba al trabajo relajada, limpia, y llena de buenas y positivas vibraciones.
O sea, llena de poesía y de música.
Ahora ya no voy al instituto, y apenas cojo el 31 y el 33. Claro que el 31 y el 33 ya no son el 31 y el 33.
Han cambiado el nombre de su trayectoria: el 33 ahora va de VENECIA a DELICIAS y viceversa. Antes iba a los PINARES DE VENECIA. En realidad, terminaba en lo que fue la cárcel, y ahora es una plaza con otra cárcel. Pero quedaba mejor lo de los Pinares de Venecia, porque el final estaba cerca de los pinares a los que yo iba cada domingo con mis padres, a jugar, a andar, a hacer la comida para los zorros, cuando era pequeña.
Ahora han quitado lo de "Pinares" y han dejado "Venecia". Así que ha quedado un nombre precioso para el trayecto: VENECIA-DELICIAS.
Precioso pero mentiroso. A una parte del barrio se la llama Venecia porque aquí hay un canal. El mismo que da nombre a este blog, por cierto.
Cuando subo al 33, sé que no voy a Venecia, sino a mi casa, que no es el Palazzo Ducale.
El 31 ya no va donde iba. Ahora se queda en La Aljafería. Ya no va hasta Delicias. No me pregunten por qué: no tengo ni idea. Las razones habría que preguntárselas a los responsables de urbanística y movilidad de la ciudad. Pero no tengo el gusto, o el disgusto más bien, de conocerlos.
Han cambiado muchas cosas en el 31 y en el 33. Los trayectos, mi poca presencia... Pero lo peor de todo es que están despidiendo a más de 100 conductores.
Esas personas que hacen posible que vayamos y vengamos todos los días. Los que nos saludan. Los que nos devuelven una sonrisa a pesar de que están trabajando en unas condiciones cada vez peores. Los están echando de sus trabajos porque alguien, o "alguienes" lo han decidido así.
Si mi abuelo Paco levantara la cabeza, probablemente sería el primero en manifestarse. Como lo fue hace muchos años. Y casi le costó la vida unos años después, durante la guerra. "Alguien" no se olvidó de que había luchado por sus compañeros.
O "alguienes".
Y es que mi abuelo Paco, al que no conocí en vida, fue conductor de autobuses. De los autobuses de Zaragoza.
Cuando había tranvías de verdad, y trolebuses de verdad. Como el que conducía mi abuelo Paco.
Porque, ¿sabéis por qué se manifestó mi abuelo Paco? Pues porque no le gustaban nada los tranvías: decía que era muy fácil atropellar a alguien, porque el conductor no podría en ningún caso evitar a un peatón que se le cruzara.
Y eso le quitaba el sueño al abuelo Paco.
Porque mi abuelo Paco era un buen hombre.
Yo nací demasiado tarde y ya no lo conocí.
En vida.
Algún día os contaré porque escribo esto de "en vida"...
Aunque creo que ya lo he contado en alguna entrada del otro blog.
Lo comprobaré.