sábado, 30 de septiembre de 2017

PRESENTACIÓN DE EL SECRETO DE LA ESFINGE



Les dejo aquí parte de mi intervención en la presentación ayer de El secreto de la esfinge, en la Librería Cálamo, de Zaragoza.



El tercer secreto de la serie. Dicen que no hay dos sin tres. Aquí  a lo mejor ocurre que tampoco hay tres sin cuatro. Así que amenazo a los presentes con seguir. ¿Y por qué? Pues porque me gustan estos personajes que viven en Zaragoza y que se dedican a la arqueología, a las artes marciales, a la danza. Y me apetece seguir con ellos y descubrir qué les va pasando y a qué misterios, secretos, se van enfrentando.


Foto de mi amiga Penélope G.



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·      El ritmo de la novela también sigue ese curso: si en El secreto del galeón, el ritmo era el de las olas del océano, y en El secreto del espejo era trepidante desde la huida de Yilda, aquí el ritmo es el del cimbrear de las palmeras del palacio en el que viven Neferad y su madre. Un ritmo con el que las palmeras se mecen al viento, como en una cuna protectora. Una cuna, un sarcófago, algo en suma, que protege al ser humano, cuando nace y cuando muere. Que es lo que pretende hacer Neferad: quiere escribir las palabras sagradas, y prohibidas a la mayoría de los mortales,  del Libro de los Muertos en el sarcófago de su padre muerto, para que pueda llegar al reino de Osiris igual que los faraones. Palabras, signos jeroglíficos que protegen, que cuidan, que mecen al alma en el más allá, y a las palmeras que miramos.
·      Porque las palabras escritas y dichas tienen el don de crear: el verbo se hizo carne, se dice en los textos sagrados cristianos. Los egipcios tenían un dios creador, Ptah, que solo con nombrar algo ya lo creaba. Las palabras dan la vida, ayudan a  vivir,  y me gusta pensar que ayudan también a bien morir, y tal vez a guiar a quien se va, al menos eso es lo que cree Neferad.
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 "El Periódico de Aragón", 30 de octubre de 2017

 Y todos los que estamos aquí creemos en la virtud y en el poder de la palabra, por eso hemos elegido un lugar en el que estamos rodeados de libros. Porque los libros y las librerías nos protegen de la vida, de la muerte, y del tiempo, de nuestro tiempo personal y de los diferentes tiempos que nos toca vivir a lo largo de nuestro paseo por el mundo. Un paseo en el que el viento nos mece, nos “mueve, esparce, desordena”, como en el verso de Góngora, y en el que nos aferramos a la palabra como se aferran a la tierra las palmeras.
·      Muchas gracias.